325. La historia de Catón (Séneca)

Mi GYM en casa - En podcast af Sergio Catalán

Hoy traigo la Carta Nº 24 del libro Cartas de un Estoico, con el título original: Del miedo a lo futuro. De la muerte. Es una carta que, desde el punto de vista que tenemos en nuestra sociedad, posiblemente resulte controvertida... Pero ya llevamos varias cartas y si queremos seguir profundizando en el estoicismo, pues nos vamos a encontrar con este tipo de cartas que no son políticamente correctas ;-) Ahí va: Te encuentras apesadumbrado, según me escribes, por el resultado que tendrá el pleito que te ha promovido la mala voluntad de un enemigo; y crees que te aconsejaré que pienses en cosas más agradables y acaricies mejores esperanzas.  ¿Qué necesidad hay de aumentar el mal, de apresurar las contrariedades que se experimentan y agitar lo presente con el miedo de lo futuro? Necedad es sin duda alguna hacerse desgraciado en el presente porque se haya de ser alguna vez; pero yo quiero llevarte a la tranquilidad por otro camino.  Si quieres desechar toda inquietud, proponte como acaecido todo cuanto temes que te ha de acontecer y por la magnitud de este mal ordena tu temor: entonces verás claramente que o no es grande o no durará mucho aquello que temes.  Fácil cosa es aducir ejemplos para fortificarte, porque todas las edades los suministran. En cualquier parte que fijes la memoria, sea en asuntos domésticos, o sea en los extraños, encontrarás grandes almas por naturaleza o por estudio. ¿Será peor para ti perder el pleito que ser desterrado? ¿que ser reducido a prisión? ¿Puede haber algo peor que ser quemado? ¿que perecer? Examina todo esto, recuerda cuántos lo han despreciado y más fácil te será nombrarlos que elegirlos.  Rutilio oyó su condena sin decir otra cosa sino que se había administrado mal la justicia. Metelo soportó con constancia el destierro; Rutilio se sometió voluntariamente a él. El uno regresó por utilidad de la república; el otro se negó a volver, a pesar de los ruegos de Sila, a quien nada se negaba entonces. Sócrates discutía durante su prisión y cuando se le ofreció escapar, se negó, permaneciendo allí para quitar a los hombres el temor de los dos males más grandes: la muerte y la prisión.  Mucio puso la mano en el fuego. Cosa acerba es ser quemado: ¿cuánto mayor será quemarse voluntariamente? Ves al hombre rudo, sin nociones ningunas contra la muerte y el dolor y únicamente por el esfuerzo de pundonor militar, castigar en su persona la falta de una empresa abortada; contempla su mano que destila en el fuego delante del espectador y no retira aquellos huesos desnudos hasta que quitan las ascuas. Podía haber hecho algo con más fortuna en aquellos campamentos, pero nada más enérgico.  Ya ves cómo el valor es más diligente en prevenir las penas que la crueldad en causarlas. Más fácilmente perdonó Porsena a Mucio haber querido matarle, que se perdonó Mucio no haberle dado muerte. Vulgares son, me dirás, estas fábulas en las escuelas. ¿Me citarás a Catón cuando me hables del desprecio a la muerte? ¿Por qué no he de citar aquella última noche suya, en la que leía un libro de Platón teniendo una espada bajo la almohada? Estos dos instrumentos tuvo a mano en aquella noche suprema, el uno para querer morir, el otro para poder.  Arreglados sus negocios de la manera que permitía su mal estado, creyó que debía obrar de manera que nadie tuviese la gloria de haber dado muerte o haber salvado a Catón, y empuñando la espada, que hasta aquel día no se había manchado de sangre, dijo: «Nada has ganado ¡oh, fortuna! con haberte opuesto a todos mis designios; hast...

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